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A
finales de los años setenta el Instituto Materno Infantil (IMI)
funcionaba como un hospital de primer nivel, cubriendo las necesidades
de un amplio sector de la población de bajos recursos económicos
en la capital. Las condiciones con las que contaba esta institución
para desempeñar su misión no eran las mejores; sumado a
la deficiencia de recursos tecnológicos y a las dificultades financieras,
existía una situación crítica de hacinamiento y mortalidad
entre los recién nacidos de bajo peso.
Siguiendo los parámetros tradicionales de la atención de
los recién nacidos, al nacer los prematuros eran aislados de sus
madres, situación que generaba un alto índice de abandono
debido a los prolongados períodos de separación. Las pocas
incubadoras disponibles frente al alto número de recién
nacidos, obligaban al hacinamiento y facilitaban la proliferación
de infecciones y otras enfermedades.
En 1978 el doctor Edgar Rey Sanabria, preocupado por esta situación,
y con el ánimo de contribuir en la búsqueda de soluciones
efectivas, vislumbró la posibilidad de dar un manejo distinto a
los pacientes, facilitando el contacto temprano del prematuro con la madre
y promoviendo la lactancia natural a través del manejo ambulatorio
una vez superadas las circunstancias críticas de los recién
nacidos. La propuesta era novedosa y planteaba cambios importantes frente
al manejo de los pacientes. A pesar de las resistencias iniciales, con
la entrada de las madres a un lugar hasta ahora restringido y el manejo
ambulatorio de los prematuros, se empezó a registrar una disminución
en los índices de morbimortalidad, lo que animó al Dr. Rey
a plantear una estrategia más amplia que se convertiría
en lo que hoy conocemos como el Programa Canguro.
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